ANÁLISIS

Rajoy ante su cuarta metamorfosis

El presidente se enfrenta al dilema de abandonar su propio ser, Javier Arenas

Prima de riesgo en 248. La ilusión de Mariano Rajoy se hacía realidad este agosto mientras hasta sus oídos llegaba el sonido del agua de los arroyos caminando por la ruta de la piedra y del agua. Una paz que no conocía desde que llegó a La Moncloa en diciembre de 2011. Él prefiere caminar deprisa porque se piensa mejor que haciendo footing. Por estos senderos, el presidente del Gobierno pudo pensar que esta semana de agosto era la mejor de su vida. 248 puntos. Un sueño impensable hace un año, cuando la prima había llegado a los 630 y apenas podía dejar de pensar en sus caminatas sobre el rescate del país y su naufragio como presidente. Atravesó un puente y aquella piedra del sendero le despertó de su sueño. La mejor semana si no fuera por… Allí estaban aquellas imágenes que ni el sonido del agua podía borrar. Dolores y Javier, secretaria general y vicesecretario, dos personas de su máxima confianza entrando a declarar en la Audiencia Nacional por el caso Bárcenas, la peor pesadilla de su vida política. Mucho peor que la conspiración que trató de derribarle tras la derrota electoral de 2008 y que el pulso que durante meses mantuvo con los mercados.

Definitivamente, desde que llegó a La Moncloa, Rajoy no ha tenido ni un momento de respiro. Su prima de riesgo se llama ahora Luis Bárcenas y está en la cárcel. El enemigo exterior ha dejado paso al enemigo interior. Igual que en la ruta de la piedra y del agua, ante el presidente se abren distintos caminos y tiene que elegir cuál es el adecuado para llegar a su destino. Aún cuando los 248 puntos acunen sus oídos, el enemigo interior puede conducirle a un camino sin salida. O con una salida que conduce a la torrentera por donde se puede despeñar su liderazgo político, ya muy debilitado en la calle. Aunque no en su partido, pequeño bosque por el que da sus caminatas diarias sin que nadie le moleste. Sin embargo… están todas esas voces que ha empezado a oír. Hay que hacer algo, presidente, hay que hacer algo. LB no sólo ha llevado a dos secretarios generales y una secretaria ante el juez, LB ha envenenado hasta el aire que se respira en el partido. Soñar con que el escándalo pasará porque sea 1 de agosto, 15 de agosto, Día del Pilar o Nochebuena sirve de poco. En septiembre, la pesadilla seguirá ahí, todos los miércoles en la sesión de control. Esta vez el camino de Pedro Arriola no conduce a las verdes praderas. El enemigo interior no descansa ni se toma vacaciones. El juez Ruz tampoco. Es por ello que Mariano Rajoy puede estar dándole vueltas a su cuarta gran metamorfosis como líder del PP, cargo que ostenta desde agosto de 2003, hace ahora justamente 10 años.

Primera metamorfosis.Tuvo lugar en 2008. Después de su segunda derrota en unas generales, Rajoy rompió con lo que de forma genérica podría denominarse el núcleo duro del aznarismo al quitarse de encima a Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. Ambos le habían acompañado en la primera legislatura de Zapatero, cuando el líder del PP optó por una oposición dura. La estrategia le condujo a perder las elecciones, aunque ante el Comité Ejecutivo de su partido señaló que él no se consideraba responsable de aquella derrota. En coherencia con sus palabras, echó a las personas que él consideraba responsables y renovó la dirección. Con mucho éxito, ya que sus críticos únicamente lograron el 15% de los votos en el Congreso de Valencia.

Segunda metamorfosis.La segunda metamorfosis de Rajoy se produjo siendo ya presidente del Gobierno. En dos fases. El 9 de junio y el 11 de julio de 2012. La realidad del rescate bancario y el ajuste presupuestario más duro de la Historia acabó con la ensoñación de que un cambio de Gobierno resolvería la crisis económica en la que Zapatero había metido a España. En el Pleno del Congreso, Rajoy abjuró de su programa electoral, aceptando la realidad de forma estoica y resignada. Allí leyó su segundo debate de investidura desnudo de metáforas y de sueños compartidos. Ni yo, dijo, ni los españoles tenemos libertad. «No disponemos de más criterio que el que la realidad nos impone, hacemos lo que no nos queda más remedio que hacer, tanto si nos gusta como si no nos gusta, yo soy el primero al que no le gusta. No tenemos libertad. Las circunstancias no son tan generosas». Ahí acabaron las utopías de los mítines de la campaña electoral.

Tercera metamorfosis.La tercera es más reciente. Tuvo lugar el 1 de agosto en el Pleno del Congreso celebrado en el Senado. Allí se produjo un cambio de mucha trascendencia. No sólo porque pidiera disculpas por haber confiado en Bárcenas y le citara por su nombre después de meses de infantil resistencia. Ese día Mariano Rajoy era otro Mariano Rajoy. Entró y salió del Pleno como si estuviera fuera de su propio cuerpo. Aquel hombre que presumía de estar siempre en el fiel, que procuraba no pecar ni por exceso ni por defecto, aquel líder equilibrado, previsible, lleno de sentido común, aquel orador temible que desarmaba a sus contrincantes parlamentarios a base de fina ironía, se convirtió en un dóberman. A dentelladas se defendió de los ataques y ganó, claro. Entre aplauso y aplauso, los parlamentarios del PP bien podrían haber preguntado: ¿Quién eres tú, dónde estabas escondido y qué has hecho con Rajoy? El nuevo les gustó bastante, pero sólo porque ya estaban deseando ganar un combate, aunque fuera sin convencer. Ellos saben bien que ganar a Rubalcaba en la tribuna es mucho más fácil que recuperar el crédito perdido en la calle. El pleno del 1 de agosto ya es Historia.

Cuarta metamorfosis.La Historia se ha acelerado tanto que la cuarta metamorfosis de Rajoy podría estar en ciernes, aunque sólo él lo sabe a ciencia cierta. Pero sería la definitiva. Aquella en la que Rajoy abandonaría su propio ser. Es decir, a Javier Arenas. El vicesecretario general anda en problemas por haber sido el artificiero encargado de desactivar los cables de la bomba Bárcenas. No tuvo éxito y la bomba ha estallado. Después de contárselo a mucha otra gente, María Dolores de Cospedal le ha contado al juez que fue Arenas quien negoció el sueldo de infarto y los privilegios concedidos a Bárcenas a cambio de que se estuviera quieto y callado. Los dirigentes del PP, escondidos bajo la sombrilla todo el verano, se levantaron de las hamacas con asombro y desconcierto. Esto es el sálvese quien pueda. Desde que salieron a la luz los papeles de Bárcenas, se barrunta que alguien tiene que morir. Y no puede ser César. En la cúpula tampoco hay tantos candidatos al sacrificio. El enfrentamiento de Cospedal con Arenas ha traspasado los límites de la sede y ha llegado a los juzgados. La secretaria general ha dado un paso cualitativo al declarar en la Audiencia Nacional que el jefe de los artificieros era el mismísimo presidente del partido. Ella va de frente y sin complejos. No se va a comer el marrón de Bárcenas, habiendo sido su mayor enemiga. El enfrentamiento Cospedal-Arenas va camino de convertirse en una reedición del que durante años mantuvieron Aguirre y Gallardón. Cospedal aparece limpia de la sucia contaminación de Bárcenas –a pesar de que ella figura también en los papeles–, mientras que Arenas ha comido demasiadas veces con el recluso de Soto del Real.

Aparentemente, pues, dejarle caer sería un movimiento sencillo con lógica política. Otro prohombre bajo sospecha que se sacrifica por el buen nombre del partido. El vicesecretario es uno de los dos dirigentes que quedan de la etapa de Aznar. El otro es Rajoy y ya hemos dicho que en este relato César no debe morir. La dificultad de defenestrarle es otra y no obedece a la razón. Rajoy quiere a Javier, le quiere de verdad. Sus trayectorias están íntimamente unidas. Sin él, no hubiera podido afrontar y ganar el Congreso de Valencia. Arenas fue el autor intelectual de la estrategia y puso toda su astucia y experiencia al servicio de esa victoria. Nada de lo que ha pasado en el partido en estos últimos 10 años puede explicarse sin tener en cuenta la relación que le une con el andaluz. En los peores momentos, encontró en la arrolladora simpatía de Arenas su mayor fortaleza emocional.

Desde que perdió la posibilidad de ser presidente de Andalucía, el vicesecretario no es ni sombra de lo que fue y se ha ido aislando de casi todo el mundo… menos de Rajoy. «Javier sigue ahí y seguirá ahí, porque él quiere y porque lo necesitamos, y sobre todo lo necesito yo, para que quede claro. El PP no se puede permitir el lujo de prescindir de ti», dijo Rajoy públicamente después de las andaluzas. Los planes de Cospedal podrían tropezar así con la voluntad del presidente. Aunque si nos atenemos a los precedentes, no hay nada que Rajoy haya negado a la secretaria general desde que la nombró. Admira y teme su capacidad para atropellar de frente a quien se le ponga por delante. Pero en este caso, la número dos le está pidiendo demasiado. Porque si Rajoy deja caer al vicesecretario para que asuma la responsabilidad del caso Bárcenas, de alguna manera se dejaría caer a sí mismo.

Eso, y no otra cosa, es lo que María Dolores de Cospedal se encargó de acreditar ante el juez Ruz.